La red de volley -Capítulo 9- - Castra Servilia - Club Deportivo

Publicada el: 28/03/2012
Narrativa , Escritura , La red de Volley , Narrativa Hipertextual , Capítulo 9

 

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Capítulo 1.

Capítulo 5.

 

Capítulo 2.

Capítulo 6.

 

Capítulo 3. 

Capítulo 7.

 

Capítulo 4.

Capítulo 8.

 

 

 

 


CAPÍTULO 9

 

 

JUBILO E IMPOSTOR

Los tres cruzaron sus miradas incrédulas hasta que Almu, fruto del vino ingerido, comenzó a desternillarse a carcajadas. Igual que un virus, la risa se propagó, primero nerviosa, después liberada por las caras de ambos, y sin pensar demasiado en la situación, continuaron caminando hasta un pub de moda, abarrotado ya en la puerta.



Recordaba con dificultad cómo había llegado a casa; sin embargo, sí podía recapitular cada conversación con Krasimir, -aparte de las consabidas cuestiones sobre su tierra, pretextos para preguntas íntimas, le insinuó varias confidencias de su estancia en la ciudad-, y su cercanía física.





Leyó en su pantalla, “¡Vaya noche! No te preocupes por él, guapa, tendría un mal día el muchacho. Besos”. Fran se sentía realmente reconfortado; tener la sartén por el mango, las cartas marcadas o la llave de todo serían expresiones adecuadas para la urdimbre que había tejido el joven alrededor de Lucía y su relación. Él lo sabía y se enorgullecía de ello:



Creo que llegué en el momento justo, sí-repensaba desayunando unas tostadas y su habitual café solo-, en el momento exacto-se relamía-. Y las dificultades no han hecho más que unirla más a mí. El control es total. Y lo mejor... ¡que no se ha notado nada! Ni las escuchas, ni la redirección de los mensajes; ni mucho menos el espionaje o las incursiones por su casa. -Y entonces se rió- ¡Joder, casi me pilla con lo de Anselma! ¡Menuda cagada! Menos mal que después de un dulce cualquiera está más tranquila y todo se diluye como una pizca de sal en el mar. Debo seguir concentrado, sí. En Lucía, que es ideal. Bueno, casi. Eso de que le guste tanto que la miren y el coqueteo, me pone. Pero sí, debo seguir concentrado y sin que se me noten los cabreos. No quiero joderla. Ella vale mucho. Mucho más que las anteriores y las actuales-y entonces se manchó la camisa del pijama, al recordar todas las ocasiones ganadas, aun estando ya presente la entrenadora-.La verdad es que esto de no perder comba está bien. ¡¡Muy bien diría yo!!-se burló, y tuvo que posar su taza en la mesa-. ¡Menuda tengo liada! Pero debo andarme con ojo. Con mucho ojo. Puede saltar todo en un instante si no me mantengo cuidadoso. Y una chica como Lucía merece le pena; sí, mucho. No la puedo dejar escapar. Habrá que seguir controlándola. Dándole apoyo. Y alejarla de quien no interese. Sí, andar con ojo, sí.



Las otras, las otras dan igual. Sé que son sólo una necesidad de mi ego. El regodeo necesario de mi virilidad, de saciar apetitos e instintos. Pero no están al nivel. Sexo y nada más; con algunas del bueno. Aunque debo controlar tiempos y espacios, a ver si alguien va a sospechar o me voy a tropezar con alguna amiga de Lucía y se va todo al carajo. Perderla no, eso ni...Justo entonces, interrumpiendo sus pensamientos elucubradores, vibró y sonó su móvil. Era la alarma de Lucía -¡qué madrugadora es!, pensó orgulloso-. Había conseguido no sólo tener recibo de todos los mensajes de la jugadora en su propio móvil, sino también de su alarma, registro de llamadas y eventos programados. Era un control absoluto. No quería que nada se le escapase. No quería más errores como los cometidos en el pasado. No quería un nuevo caso Rosana, que se le escapó entre los dedos cuando él más entregado y convencido estaba. No quería otras presencias, otras influencias, otras vidas cruzándose entre él y su proyecto de amor. No le gustaba su amiga Almudena. No quería nada; sólo controlar todo.



Ahora sonaba la primera llamada matinal en el teléfono de Lucía. E instantáneamente Fran supo que se trataba de Tomás. No era una de sus preocupaciones, al contrario, cuanto peor se ponga todo, mejor para sus intereses.





Lucía, en posición de loto sobre su sofá heredado respondía algo hastiada a Tomás:

- Sí, fue ella. Con total intención y bastante acierto, además.

- Bueno, pero ¿puedes seguir jugando o no?

- Sí, sólo tendré que andarme con algún cuidado más de lo habitual. Además, nuestro deporte tiene red, ¿recuerda?

- Perfectamente, pero no quisiera que el equipo flaquease ahora que en lo económico estáis bien.

- Sí, la pasta ha llegado -suspiró-, pero una baja sí que va a haber.

- ¿Perdón? -sorprendido. ¿Una baja?

- La he expulsado.

- ¡¿¡Que has hecho qué?!? ¡Joder, es tu mejor jugadora! ¡Tienes que controlar tu carácter, coño! Trágate el orgullo y readmítela.

- Ni hablar. O Anselma, o yo –se la jugó-. El banquillo estará mejor sin ella; restaba mucho más que sumaba.

- Lo dudo. Os quedáis en cuadro.

- El caso es que me amenazó con exprimir al equipo, las arcas y eso… ¿Qué hago? –interrogó con una voz confusa, cansada-



Durante los eternos segundos que la línea permaneció callada, Lucía vaciló; desconfiaba tanto de la conversación como de Tomás, y sin embargo, temía que no aportaría alguna solución al problema. Que precisaba de su ayuda para reconducir la situación era evidente; que no sospechaba de parte de quién estaría, también. Él arriesgaba su dinero; ella, su responsabilidad.



- Bueno... Voy a redactar un expediente disciplinario con acuse de expulsión por falta muy grave –continuó al romper el silencio-. El Instructor será un amigo abogado que me debe varios favores. Tú debes entregarme una copia del informe del médico junto a las pruebas que te hicieron, y de manera imprescindible, consigue que la mitad más una de las jugadoras firmen el parte de entrenamiento con la advertencia del incidente, explicado tan pormenorizadamente como puedas. –Otro silencio-. Lucía, vamos a intentar tomar la iniciativa.

- Gracias –exhaló-. No sabes cuánto me gusta escuchar eso.

- Aún no. Habrá tiempo. Hablamos.

Lucía se dejó caer hacia atrás en el sofá y resopló. “¡Bieeeeen!”



Sonó su móvil. Mensaje. “¿Qué tal todo? Disfruté mucho de vuestra compañía; gracias por tratarme de esa manera y enseñarme la noche. Qué tengas buen día. Krasi.”



Esto sí que no hizo gracia unos kilómetros más allá. Fran cambió el gesto. ¿A qué coño viene esto?”, balbuceó. Tanta simpatía e intimidad...”. Se dirigió a su habitación y se vistió con la rapidez que da el enfado. Espero no tener que charlar con el jodido búlgaro”- se repetía en su cabeza atándose los cordones-.

 



¿Y nosotros?

A. ¿Permanecemos impasibles ante el giro inesperado en la historia de Fran y Lucía?

B. ¿O echamos una mano a la entrenadora refugiándonos en el juego de las casualidades?

 

 

 

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