Schengen -Capítulo 8 - A CIEGAS - Castra Servilia - Club Deportivo

Publicada el: 16/04/2013
Narrativa , Escritura , Schengen , Narrativa Hipertextual , Capítulo 8

 

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Capítulo 1: Presente               
 Capítulo 5: Principios y preámbulos                                        
Capítulo 2: Anhelos y destinos      Capítulo 6: Feu D'artifice        
Capítulo 3: Ímproba realidad
 Capítulo 7: Separados
Capítulo 4: Respeto Capítulo 8: A ciegas

 

 

A CIEGAS.

 

Los capataces interrogaron con la mirada a la espera de una respuesta que se demoraba. Quizás si en la barraca no hubiese estado encendida la radio, hubiesen escuchado los resortes de la cabeza de Rubén sopesar la resolución. No le resultaba fácil; por un lado el sustento que le proveía el trabajo seguro, y por otro, la incertidumbre de no saber dónde se encontraba Pablo. Peor aún, en qué condiciones.

No tuvo más remedio que declinar la suculenta oferta pese al malhumor que le producía pensar que su amigo simplemente desapareció de manera irresponsable, con la primera rubia que se cruzó en su camino y le hizo caso.

Tomó la última ducha gélida en el campamento, acumuló las escasas pertenencias que transportaban, incluidos los bártulos del prófugo, y accedió a compartir un taxi hasta Burdeos con otros tres compañeros. Él se apeó cerca de la Plaza de la Catedral mientras el resto continuaban hasta la estación. Y por primera vez se sintió solo, en una ciudad si bien no del todo desconocida, tampoco tan trillada como para no experimentar cierta desorientación y vértigo.

 

No estaba acostumbrado a decidir; tampoco era un hombre de acciones irreflexivas, no obstante se movió por instinto. Con el callejero en la mano se encaminó a la Bibliothèque, utilizó un ordenador a disposición del público para conectarse a internet y así hallar la mejor manera de alojarse. Hasta que localizó un sitio donde pernoctar; una red de hospedajes compartidos con los anfitriones, quienes ceden su espacio libre en sus propias casas por un precio mucho menor, fuera de los catálogos tradicionales: couchsurfing. Debía admitir que era la primera vez que lo escuchaba.

Patrice era el hospedador. Intercambiaron algunos correos donde Rubén le expuso la situación, y llegaron a un acuerdo sorprendente: pagaría cuarenta y cinco euros, además de ayudar a pintar el apartamento, por el alojamiento y desayuno de cinco días. Increíble.

Trató aquella misma tarde al amable galo en la que sería su estancia por unas jornadas. Un tipo singular, con la boina calada, más para disimular la calvicie que por nativa costumbre, jersey de cuello vuelto, aun sufriendo el calor estival de ese julio, y vaqueros raídos de una talla mayor a la que necesitaba. Acaso por ser un desconocido, Rubén se desahogó con él. Contó que buscaba a un amigo de quien no tenía noticias desde hacía más de diez días, habló de Diana, de los bares que frecuentaron, de los teléfonos sin señal, de los mensajes sin respuestas… Patrice le escuchó hablar ese francés atropellado sin interrumpir, quizás con más cortesía que interés, pero a Rubén le resultó a la par, liberador y enérgico. Esa misma noche emprendió la batida por Burdeos. Visitó el pub de las afueras donde se separaron, interrogó a varios camareros por si reconocían a la pareja, y se tomó una cerveza esperando verles aparecer por la puerta en cualquier momento. Todo sin éxito, claro.

 

Pintó el pequeño piso en tres mañanas, sin problemas. La relación con el propietario era bastante cordial, muy alejada de la aversión que mostraba Régine con los jornaleros. La dificultad radicaba en obtener pistas del destino de Pablo. Esa cuarta tarde, anocheciendo, entró en la tasca donde conocieron a Diana. Casi podía verla apoyada en la barra, mirando el vaso a cada trago de una manera meticulosa, enfermiza; o eso pensaba ahora, después de la desaparición. Cuestionó al loufiat sobre la rubia mitad española y para su sorpresa, sí conocía a la chica, habitual del garito. Emocionado Rubén por la primera pesquisa válida, intentó averiguar más cosas: dónde vivía, por dónde alternaba, quienes eran sus amigos…, o algo, cualquier idea que pudiera establecer una conexión con su paradero actual. El camarero dudó ante la excitación del joven, y éste, de nuevo tuvo que poner en antecedentes a un extraño; a su pesar.

Lo más significativo que pudo obtener de la conversación también fue lo más extraño. Obvio, el único nexo que existía entre ambos era tras ese mostrador, sin embargo le detalló que, de vez en cuando Diana rompía a hablar con él, de esa manera aproximada a las confidencias etílicas que escucha todo barman. Declaró sus intenciones de huir de l'Hexagone, hacia una granja hippie en Luxemburgo, una mina abandonada, algo al estilo Woodstock en Bethel.

El caso es que cuadraba en las figuraciones de Rubén; por lo poco que percibió de ella, y lo mucho que sabía del entusiasmo infantil de Pablo, encajaba. Aunque necesitaba más para embarcarse en un viaje de mil kilómetros que el mero indicio de una cháchara alcohólica.

 

Y no tardó en llegar la confirmación; mediante una llamada perdida que sonó al cruzar la salida del bar. Intentó devolver la llamada inmediatamente, pero siempre contestaba al otro lado la voz melodiosa de Peppermoon, espoleando:

Après l'orage

Les routes fument

On dirait

Comme une amertume

Qui s'évapore

Là dans l'espace

Chaque chose

Est à sa place

 

Regarde-moi

En transparence

Après la pluie

Quel beau silence

En-dessous

Des avions qui passent

Chaque chose

Est à sa place

 

Chaque chose

Est à sa place.

 

El número +352544245200, que Rubén pudo averiguar a la mañana siguiente, pertenecía al refugio para mochileros “Maison Rosati”, Esch-sur-Alzette; en efecto, Luxemburgo. Aquello sí era una orientación clara. Seguro que Pablo intentaba contactar; no podía ser de otra forma.

Reunió sus enseres, agradeció a Patrice su hospitalidad, pagó lo debido, y sin pensarlo dos veces, como nunca antes había actuado, se dirigió a la estación; compró un billete sólo de ida a Esch.

Tenía más de catorce horas de tren por delante para pensar cómo proceder cuando saludara a su amigo. Ahora, ya en marcha, dudaba de su decisión. ¿Acaso si había telefoneado, no es porque se encontraba bien? Y si quería empezar solo, ¿no debería hacer él lo mismo? ¿No sería un error intervenir cuando Pablo no lo había solicitado? ¿Y si acaso no podía contactar porque se lo impedían?


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Demasiadas dudas en el último momento. Ayudemos al joven:

A.     Rubén prosigue el viaje para escuchar las razones de viva voz a Pablo.

B.     Cambia de destino en alguna estación intermedia buscando su porvenir como el amigo.

 

 

 

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