Schengen -Capítulo 5 - Principios y preámbulos - Castra Servilia - Club Deportivo

Publicada el: 26/03/2013
Narrativa , Escritura , Schengen , Narrativa Hipertextual , Capítulo 5

 

 

RESUMEN DE CAPÍTULOS

Capítulo 1: Presente                     Capítulo 4: Respeto                                 
Capítulo 2: Anhelos y destinos
 Capítulo 5            
 
Capítulo 3: Ímproba realidad
  

 

 

 

 

PRINCIPIOS Y PREÁMBULOS.

Apenas levantaban los pies del suelo mientras se dirigían hacia la barraca de los capataces; más parecen asustados reos que trabajadores diligentes. Vencidos por el esfuerzo, sus exánimes caminares sólo exteriorizan la derrota física, porque dentro de sus cabezas, bulle la dispar desconfianza que la entrevista les genera.

Y en la de Rubén no deja de sonar, tan repetitivo, el himno oscuro de The Tiger Lillies, Living Hell.

Climbing up the heavenly stairs

You know where you're going when you know where

You're going to hell

Yes, you're going to hell.

 

You're going down a hundred eighty degrees,

You can see when you can see

You're going to hell

Yes, you're going to hell.

 

You were weak, you were easy to squeeze,

They did with you as they please,

You're going to hell

Yes, you're going to hell.

 

-  ¿Qué pasará? –acertó a susurrar Pablo-.

-La verdad… no lo sé. No logro comprender el día de hoy –contestó Rubén con la mirada perdida, repasando los anteriores, sin atreverse tampoco a especular una razón-.

Transcurrieron los últimos metros en silencio, cabizbajos, sin un ápice de resistencia.

 

Tres largos minutos sentados frente al terrien, y los tres individuos permanecieron callados. Ninguno rompió el mutismo; los chicos, para evitar confundirse; el propietario, con gravedad, no dejó de mirarlos directamente. Pablo y Rubén no podían figurarse la dura pugna que mantenía el francés consigo mismo: perder a los dos trabajadores más jóvenes del campamento, a todas luces los más productivos, o desafiar la voluntad de su esposa, la cual no entendía. François se consideraba un hombre de firmes principios, y no estaba dispuesto a cambiar a su edad.

-  Très bon travail.

Los dos amigos se observaron, esperando confirmar el uno en el otro que no se equivocaban.

-  Merci beaucoup, Monsieur–cantaron al unísono-.

Y salieron con urgencia, casi de manera atropellada de aquella caseta, sin volver la vista atrás.

 

Los siguientes siete días fueron más de lo mismo; dura jornada en las cepas y timba después de cenar. El negocio iba bastante bien. Incluso mejor, proporcionalmente, al trabajo diario. Como habían llegado a escuchar en aquellos noticiarios en Doresta, más propagandísticos que informativos, sólo “reasignaban recursos sobrantes de agentes en superávit a consumidores escasos de ellos, por un precio menor al estipulado en un mercado sin competencia”. Resumiendo, vendían más barato que la cantina. Si el litro de vino costaba un euro, pues ellos la mitad. Si el repelente en spray valía tres, lo despachaban por dos. Así con todas las ganancias en especie que Pablo se agenciaba con las cartas. Rubén se encargaba del cambalache actuando con disimulo, pero también con la rigidez que le caracteriza. De cierta manera, aprovechaban el miedo que éste ocasiona por su tamaño en el resto de jornaleros; aun más, cuando se corrió la voz por el campamento que los dos españoles habían acabado, solos, las vides del camino del oeste.

Sin embargo, esa tarde no jugarían la partida. En las tiendas hervía la actividad como en ninguna siesta; era víspera de 14 de Julio, cuando se conmemora la Toma de la Bastilla, fiesta nacional, y hasta en la vendimia se descansa -sin cobrar el día según se encargó de recordar Régine, obvio-. El caso es que los trabajadores, tras tantos días sin parar, ansiaban poder salir de la finca, poner rumbo a Burdeos, y con suerte, conocer el esplendor nocturno de la ciudad. Por supuesto, Pablo y Rubén no iban a ser menos y ya terminaban de asearse. Pagaron los tres euros convenidos –mucho menos que lo abonado al taxista- y se montaron al camión que aquella tarde, además del trabajo matutino, también hacía los desplazamientos hasta las orillas del Garona.

 

Pablo estaba entusiasmado. Adquirieron un mapa en un puesto de información e indicaba con vehemencia a su amigo los monumentos que se erguían ante ellos: la Cathédrale de Saint André, el campanario Pey-Berland, el Puente de Piedra sobre el Garona parduzco y lleno de légamo, y cómo no, el Puerto de la Luna; todo aderezado con las pinceladas históricas de relatos, anécdotas y leyendas que había aprendido de memoria en los días anteriores al viaje. Pablo, de tan apasionado podía resultar irritante, aunque a Rubén no se le ocurriría mencionárselo, menos con el esfuerzo que era consciente estaba realizando para permanecer en la vendimia.

Decidieron alejarse del centro turístico para tomar unas cervezas, cansados de deambular por las calles bulliciosas pero también deseosos de libar el amargo sabor de la cebada fermentada y abandonar, aunque fuese por una noche, el dulzor del vino.

-Venga hombre, cálmate. Estamos en Francia, joder, yo nunca he estado en Francia. Y sí, venimos a trabajar y todo eso pero habrá que pasárselo bien, ¿no?

Rubén me fulminó con la mirada. Me di cuenta de que aquel no era el camino. Pero no veía otro mejor. A la primera siguieron unas seis o siete más, no me acuerdo. El bar pareció menos tugurio con cada consumición, y pronto estábamos el uno en frente del otro animándonos con esa canción de Cohen que solíamos escuchar en Doresta. Yo decía una frase y Rubén me seguía con la voz más ronca que podía. Nuestro inglés, he de decir, que es pésimo. Pero nos animamos y pronto pasamos de Cohen a los Rolling y de los Rolling, a unas inglesas que estaban en la mesa de al lado y que nos miraron con instintos homicidas.

La tasca se fue vaciando según avanzó la noche, y apenas quedamos dos grupos y una chica solitaria al final de la barra. Estuvo toda la noche apoyada en aquella esquina, mirando el vaso a cada trago y dando largas a cuantos se acercaron.

-  Vamos a presentarnos –se espoleó Pablo, el más arrojado de los dos, dirigiéndose hacia ella-.

-  No la molestes. No quiere compañía –agarró por el hombro el ímpetu de su amigo-.

La rubia, salió del trance ausente y les miró:

-  No importa. Sólo muerdo cuando quiero –les espetó en un perfecto castellano-.

Desconcertados de escuchar su idioma por primera vez en las dos semanas, se avanzó ahora Rubén:

-  ¿Española?

-  Casi. Mi madre.

Diana, que así se llamaba la joven, apuró su copa y les sugirió cambiar de local. Los chicos, obviamente aceptaron sin dilación. La suerte les había colocado delante de alguien que podía descubrirles otra cara de la ciudad, y no estaban dispuestos a perder la oportunidad.

 

Al par de horas, la claridad del amanecer sorprendió a los tres. Diana les reveló pequeños detalles de su vida, de su pretensión por escribir la gran novela del siglo, de salir de Burdeos, de conocer...

Tomaron juntos media docena de croissants sentados al sol frío de la mañana en una pequeña plaza que no reconocían. Se intercambiaron números de teléfono y correos, y los chicos pusieron rumbo de regreso a la finca.

 

Eran los últimos en volver al redil, o los primeros de la mañana, según se mire. Régine los vio aparecer por la alambrada y se precipitó hasta ellos sólo para decirles que aunque no hubiesen pasado la noche, también debían pagar la pernocta. Los dos amigos, de modo reflejo y quizás también por el efecto alcohólico de la noche, soltaron una carcajada. La estirada francesa, tan encendida como las uvas que recolectaban, giró sobre sí, y se marchó.

 

 

 

 

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Queridos lectores, que quieren que hagan nuestros protagonistas por el 14 de Julio:

           A.     Vuelven a Burdeos e intentan contactar con Diana, a pesar del menoscabo para los ahorros.

                           B.     Permanecen en el campamento atendiendo sus “negocios” propios como le reclaman los magrebíes.

 

 

 

 

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