Schengen - Capítulo 4 - RESPETO - - Castra Servilia - Club Deportivo

Publicada el: 19/03/2013
Narrativa , Escritura , Schengen , Narrativa Hipertextual , Capítulo 4

 

 RESUMEN DE CAPÍTULOS

Capítulo 1 
Capítulo 2                 
Capítulo 3 

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CAPÍTULO 4

RESPETO

Las condiciones del trabajo no empeoraron durante los primeros cinco días de vendimia; simplemente se acumularon. El esfuerzo se amontonaba en las caras de cada uno de los temporeros, las horas de sol y polvo agrietaban aun más las facciones de su piel curtida, y sin embargo, era el hastío del receso de las tardes el que horadaba el ánimo del campamento. Algunos gastaban el lapso en la barraca que hacía las veces de cantina. Los más, dormitaban tras la cena a la sombra de pinos sueltos por la explanada; Rubén era de éstos. Escondido tras sus cascos, tumbado pero expectante de la escena que se desarrolla a escasos metros:

- Joue.

Resulta increíble –piensa Rubén- el modo en el que Pablo es capaz de adaptarse. Con esa actitud entusiasta que tanto le crispa a él, no obstante, consigue encandilar a quien está a su alrededor; incluso en una acampada a cientos de kilómetros de casa.

- Et moi.

- Et moi.

En cinco días, sólo cinco días –reflexiona el amigo-, y ya le conocen; «Full» le llaman. Tampoco le importa. Es más, juraría que le gusta. Se ha convertido en el tahúr de la finca.

Los dos magrebíes revelaron sus cartas ante la mirada del tercero, que no fue a la mano. Dobles parejas, uno; trío, el otro. Examinaron a Pablo, ni más blanco ni más sorprendido, quien oteaba en busca de Rubén apenas una mueca disimulada y exhibía sus naipes, todas rojas, todas corazones: color.

- Merde –se quejaron al unísono los norteafricanos-.

Mientras, recogía la baraja que trajo desde Doresta para amenizar el viaje y computaba el botín de la timba: siete ibuprofenos, dos litros de vino y trece euros. Aceptaba casi cualquier cosa que pudieran usar, o al menos, trocar en cambalache. Tragó una de las grajeas, le dio otra a Rubén, y abrió una de las botellas, caliente pero dulce, para facilitar el sueño.

- La destreza al póquer es el primer rendimiento que obtengo de los años en la facultad –le confesó a su amigo camino de las tiendas con una amplia sonrisa-.

Daban buena cuenta del caldo peleón, tirados en la entrada de su cubículo, compartiendo los auriculares y pareceres, ignorando que también eran motivo de conversación en la intimidad de la Hacienda:

- François, je n'aime pas les mecs espagnols –anunció Régine-.

- Le grand gars travaille comme une bête –gruñó el marido sorbiendo la sopa, menos tibia de lo que esperaba-.

Es la pálida muestra,
Que alargando mi sombra,
Me declaras maldito
Me reduces la historia.

- Ha pasado casi una semana. ¿Cómo lo llevas, Pablo? –interrogó exhalando el humo del cigarro con miedo a escuchar una rendición de la boca de su amigo- ¿No ha sido tan malo, verdad?

- No. Por ahora, no.

- Je m’en fous –sonó la rubia francesa tan estirada que hasta su marido levantó la mirada del plato, y dubitativo, atestiguó:

- D'accord, d'accord –sin embargo, no entendía los recelos de su esposa por dos chicos que no habían tenido tiempo siquiera de montar ningún escándalo-.

Te creías que eran gaviotas y son buitres
Y asustando de las nucas las esencias
Van, jugando con mi pan,
Jugando con mi pan.

- Pero no es –continuó Pablo rompiendo el silencio- el trabajo que veníamos buscando.

- Ya, claro –se apresuró Rubén en contestar-. Sólo necesitamos ganar algo de dinero para poder mantenernos. A la vendimia le quedan veinticinco días, más o menos. Y el esfuerzo es asumible, ¿no? –le apremió-.

- Supongo –asintió con poca fe Pablo-

Me dedico a soplar niebla
Que los bichos están ahí
Que prometen almohadas
Te las dan por las dos caras
Quieren jugar con la boca
De sangrar, de no latir.

Al día siguiente, François aún maldecía los caprichos de Régine. Pensaba qué podía haber sucedido, o quizás qué sospechaba en los chicos españoles para que no se fiara de ellos. No obstante, solía acertar enjuiciando a las personas, casi a primera vista. Eligió a los dos jóvenes para portear la recolecta de las vides del oeste, y se lo comunicó a sus capataces; además, debían ir solos. Los encargados, tan extrañados como mudos, acataron la decisión del terrien a pesar del perjuicio para el trabajo. Rubén era un trabajador callado y tan productivo que, por sí solo, incrementaba el ritmo del resto. Pablo, más espigado, tampoco escabullía el duro esfuerzo. El camino del oeste era un auténtico calvario; una cuesta de quinientos metros hasta subir a los contenedores donde vaciar los cestos. Siempre había sido labor para cinco hombres, excepto hoy.

Los dos amigos se encaminaron hacia su puesto desconociendo la carga concreta del tajo. El grupo de cortadores, veteranos en la finca, comenzaron a cuchichear a sus espaldas y a lanzarles miradas taciturnas. Tampoco ellos comprendían la sinrazón de tan cruel mandato, pero obviamente, no osaron contravenir la decisión del propietario.

Y el implacable sol de julio en los bancales, estaba haciendo el resto. A punto de desfallecer, los jóvenes debían portear aún cuatro tabaques para completar la jornada; pero estaban exhaustos, casi deshidratados. Y debían hacerlo en algo menos de media hora, o regresarían al campamento andando, y probablemente, perderían la cena. Entonces, por entre el polvo de la rampa aparecieron varios temporeros escoltados por un capataz con los malditos cuatro cestos a sus hombros. Si algún día creyeron en la benevolencia de los hombres, fue al ver cómo acarreaban aquellas canastas de mimbre. Ese día se ganaron el respeto de sus compañeros.

Sin embargo, faltaba la última estocada. Recién bajados del camión que transportaba a los jornaleros, el terrien François les reclamó a la caseta de los capataces. Pablo y Rubén no comprendían qué sucedía hoy con ellos, pero evidentemente, no había sido el mejor día posible.

Amigos lectores, deben decidir si:

A. François desoye las exigencias de Régine y mantiene a los chicos en el campamento.
B. Expulsa a los dos amigos, sin más explicaciones.

 


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