Schengen -Capítulo 9 - ENCUENTROS - Castra Servilia - Club Deportivo

Publicada el: 23/04/2013
Narrativa , Escritura , Schengen , Narrativa Hipertextual , Capítulo 9

 

 

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Capítulo 1: Presente               
 Capítulo 5: Principios y preámbulos                                        
Capítulo 2: Anhelos y destinos      Capítulo 6: Feu D'artifice        
Capítulo 3: Ímproba realidad
 Capítulo 7: Separados
Capítulo 4: Respeto Capítulo 8: A ciegas

 

ENCUENTROS.

 

La batería del reproductor apenas le había durado un tercio del trayecto a Rubén. Y como abandonó Burdeos de aquella manera casi irreconocible en él, tampoco tuvo la precaución de prepararse algo de comer para el viaje. No le quedó más remedio que pagar el abusivo precio de las máquinas expendedoras por un sándwich frío e insípido, una chocolatina francesa demasiado empalagosa y una coca-cola; aunque sin duda lo peor era aquel olor a sudor rancio del tren, casi agrio. Tomó la determinación de no enojarse; no al menos hasta conocer la versión de Pablo. Entonces sí mediría si había merecido la pena.

El resto del camino lo hizo entre adormecido y meditabundo. Con dificultad recordaba las paradas intermedias, las caras de quienes compartieron vagón, o las conversaciones ajenas vagamente entendidas. Al apearse del convoy un cartel con letras azules le daba la bienvenida a ESCH/ALZETTE. La humedad de la noche, la diferencia térmica entre le Gare y el andén, la soledad… azotaron con amargura y hambre la compostura del joven. Para lo primero aún no tenía remedio, pero para lo segundo atacó con fruición el buffet abierto 24hs de la estación.

Preguntó a un camarero por una pensión barata, y no sin el escollo del idioma, malentendió las señas de una especie de casa de huéspedes que alquilaban camas por horas. Sólo esperaba que no fuese lo que parecía; él sólo deseaba descansar.

Temprano por la mañana, después de una noche no tan ruidosa como temió, y tras agenciarse un mapa en el puesto turístico de la cercana Rue Boltgen, puso rumbo hacia el refugio para mochileros Maison Rosati; a cuatro kilómetros de caminata. Allí le atendió una chica morena que para su sorpresa se expresaba en un perfecto castellano debido a sus vacaciones en Mallorca -y le obsequió con una sonrisa entre pícara y socarrona-. Rubén interrogó sobre la estancia de Pablo, y ella le respondió, sin quitarle atención, que se alojaron hacía dos días.

- ¿Iba con una chica?

- Sí. Una rubia algo más joven. Elle parle très bien français –intentaba sonar jovial-.

- ¿Sabes hacia dónde se dirigían?

- Llegaron en coche, hablando en español. Creo que pensaron que nadie les entendía –de nuevo aquella sonrisa que empezaba a hacer mella en Rubén-. Schengen. Al este, hacia la frontera avec l'Allemagne.

- Gracias. Muchas gracias –devolvió Rubén reconfortado por la información; incluso se atrevió a darle dos rápidos besos, casi de sopetón, de manera impensada-.

La chica volvió a regalarle esa risita, menos ingenua pero sin forzar.

- ¿Nos volveremos a ver?

- Seguro –atestiguó Rubén-.

Regresó sobre sus pasos hacia el centro de Esch, mucho más animado y enérgico. Compró el billete de autobús y en los escasos treinta minutos que tardó en recorrer los treinta kilómetros que separan ambas ciudades, sentado junto a una señora anciana, pudo averiguar de la existencia de una comuna hippie, una especie de granja ecológica donde se hospedan jóvenes de toda Europa al albor de los barracones de una mina abandonada, junto a los viñedos inundados por el río Mosela.

Aquella conversación, el sol de agosto, la percepción del viaje… contagiaron de una inusitada alegría a Rubén. Con probabilidad estaba muy cerca de encontrar a su amigo, ahora lo percibía, sin embargo, no quería. Es decir, con la aventura había superado su timidez, vencido el miedo a la soledad, conocido gentes amables, y no deseaba que encontrar a Pablo supusiese retornar al antiguo Rubén.

Anduvo por las calles de la pequeña Schengen, deambulando como un turista sin dirección fija, y al llegar a los jardines del Château, allí estaba él. Apareció de manera imprevista; sentado, cabizbajo, apagado. Se acercó con prudencia y tomó asiento junto a su amigo.

- Se ha ido –reconoció quejosamente-.

Aguardó en silencio a que continuara.

- Se ha ido –repitió asomando una lágrima a sus ojos-.

Rubén, miró al frente, y permaneció callado. No encontraba consuelo. Tampoco era necesario.

 

Vive mirando una estrella
siempre en estado de espera.
Bebe a la noche ginebra
para encontrarse con ella.

Sueña con su calavera
y viene un perro y se la lleva,
y aleja las pesadillas
dejando en un agujero
unas flores amarillas
pa' acordarse de su pelo.

Sueña que sueña con ella
y si en el infierno le espera...
quiero fundirme en tu fuego
como si fuese de cera.

Los motivos, entonces, dejaron de importar, las llamadas no contestadas se convirtieron para Rubén en simples llamadas perdidas y aquel trayecto fue, aunque de eso se dio cuenta más tarde, un pretexto para volver.

Rubén abrazó a Pablo y le invitó a comer en la cafetería de la estación.

- Lo siento -susurró el joven protagonista de la huida sin levantar la mirada del plato. Rubén le pellizcó el cogote y le dio una pequeña colleja. Con eso barrió todos los resquicios de enfado que aún pudiera tener- Perdí el móvil y...

- Lo sentirás mucho más como no lleguemos a tiempo a coger ese tren de vuelta. Le he dicho a mi madre que mañana volvemos. Cenarás en casa, tío. Tortilla de patatas... así que vamos, date prisa si no quieres defraudar a doña Dolores.

Haciendo acopio de no se sabe qué entereza empujó a su amigo hasta el andén y lo metió en la cabina. Se sentaron solos frente a una mesa.

- Era una chica magnífica.

- Sí y una maldit....

Rubén no pudo terminar la frase. Un hombre con gafas de sol y sonrisa amarilla se sentó a su lado:

- Las mujeres magníficas son las mejores para maldecirlas un rato y seguir amándolas de por vida -Los chicos reconocieron en aquel rostro al hombre que les había acompañado en su viaje hacia Francia- Ah, como mi querida Else. Un placer volver a encontraros; ya os puedo llamar garçons, ¿no? ¿Queréis un trago de vino? Es del bueno ¿eh? De los viñedos de Burdeos.

Los chicos cordialmente se negaron vislumbrando en aquella petaca ovalada los pómulos elevados de Régine. Pablo, quien había hecho el camino de ida entusiasmado con aquel señor, no le hizo ninguna pregunta y se puso sus cascos. Rubén totalmente agotado sólo pudo dormir, escuchando de fondo los elevados decibelios que salían de los auriculares de su compañero.

Antes de hacer la maleta
y pasar la vida entre andenes,
deja entrar a los ratones
para tener quien le espere.

Sueña con su melena
y viene el viento y se la lleva,
y desde entonces su cabeza
sólo quiere alzar el vuelo,
y bebe rubia la cerveza
pa' acordarse de su pelo.

Pablo despertó a Rubén:

- No voy a volver a casa. Ahora mismo allí tengo lo mismo que aquí, sólo que allí podré ver cómo mi padre se deshace los bolsillos en las máquinas. Sabes a lo que me refiero. Creo que nunca he sido más feliz que estos días y quiero...

Rubén cabreado soltó entonces toda su rabia.

- ¿Qué piensas? ¿Volver a buscarla?

- No, no, no, no. Ya he asumido que no la voy a volver a ver; lo supe en cuanto desperté sin ella. Pero no puedo volver a Doresta, porque allí ni siquiera tengo algo que buscar.

Rubén contempló un rato los ojos llorosos pero decididos de su amigo y después pasó la vista por el hombre que estaba a su lado y que le dirigía una sonrisa amarilla.

- Está bien.

En Avignon, Pablo esperó para hacer el trasbordo de vuelta a Doresta, mientras veía cómo el tren se transformaba en un punto en la lejanía.

Sueña que sueña la estrella
siempre en estado de espera;
vuelve a coger la botella
y pasa las noches en vela,
...siempre en estado de espera.

Al trimestre siguiente, y a pesar de que los periódicos del año anterior habían anunciado favorables cambios para esa nueva fecha del calendario, la economía no mejoró. Rubén volvió a hacer su mochila y preparó, esta vez solo, un viaje hacia Esch, donde ya había encontrado un empleo por internet, cerca de Le Maison Rosati. Le había dicho a aquella chica que iba a volver y ya estaba pecando de ser demasiado impuntual.

Tal vez, muchos años más tarde, las crisis, siempre con ese carácter de cíclicas, empujarán a dos jóvenes a montarse en uno de esos trenes digitales de alta velocidad que apenas rozarán los raíles. Tal vez, allí estará un hombre con la sonrisa cansada. Les hablará de una mujer magnífica que hablaba español y comía croissants al mismo tiempo que amanecía. Tal vez, ese hombre entonará una canción ya olvidada:

Non, rien de rien, je ne regrette rien.

 


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